DIOS, PADRE y MADRE
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ESTUDIO DE LA BIBLIA

El Evangelio de San Juan

Una aproximación al cuarto evangelio

Introducción

El Evangelio de San Juan es uno de los cuatro evangelios canónicos del Nuevo Testamento. Atribuido tradicionalmente a Juan el Apóstol, este libro sagrado ofrece una perspectiva única sobre la vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret. A diferencia de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), el Evangelio de Juan posee características distintivas tanto en estilo como en contenido.

Autor y Fecha de Composición

Aunque el autor del Evangelio de Juan no se identifica explícitamente en el texto, la tradición cristiana sostiene que fue escrito por Juan, uno de los doce apóstoles de Jesús. Se cree que este Juan es el "discípulo amado" mencionado en el evangelio. La fecha de su composición se sitúa entre los años 90 y 100 d.C., lo que lo convierte en el último de los evangelios en ser escrito.

Estructura y Contenido

El Evangelio de Juan se divide en cuatro partes principales:

Prólogo (Juan 1:1-18)

El prólogo del evangelio es una afirmación poética y teológica sobre la preexistencia del Verbo (Logos) y su encarnación en la persona de Jesús. Este pasaje establece la divinidad de Cristo y su papel en la creación.

Libro de los Signos (Juan 1:19-12:50)

Esta sección narra siete milagros o "signos" realizados por Jesús, cada uno de los cuales revela aspectos de su identidad y misión. Entre los más conocidos se encuentran la transformación del agua en vino en las bodas de Caná y la resurrección de Lázaro.

Libro de la Gloria (Juan 13:1-20:31)

Aquí se relatan los eventos de la última cena, la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Esta parte subraya la glorificación de Jesús a través de su sacrificio y victoria sobre la muerte.

Epílogo (Juan 21)

El epílogo incluye apariciones post-resurrección de Jesús y una conversación con Pedro, donde se le encomienda apacentar a sus ovejas, simbolizando su liderazgo en la naciente iglesia cristiana.

Temas Principales

El Evangelio de Juan aborda varios temas teológicos y espirituales, entre los más destacados se encuentran:

La Divinidad de Jesús

A lo largo del evangelio, Jesús es presentado como el Hijo de Dios y el Verbo hecho carne. Sus declaraciones "Yo soy" (por ejemplo, "Yo soy el pan de vida" y "Yo soy la luz del mundo") reflejan su naturaleza divina y su relación con el Padre.

La Creencia y la Vida Eterna

Juan enfatiza la importancia de la fe en Jesús como el camino hacia la vida eterna. Pasajes como Juan 3:16 ("Porque de tal manera amó Dios al mundo...") destacan la oferta de salvación a través de la fe en Cristo.

El Amor y la Unidad

El amor es un tema central en el evangelio, especialmente en los capítulos 13-17, donde Jesús insta a sus discípulos a amarse unos a otros. La unidad de los creyentes también es fundamental, reflejada en la oración de Jesús en Juan 17.

El Espíritu Santo

Jesús promete el envío del Espíritu Santo, el Consolador, quien guiará y fortalecerá a los discípulos después de su partida. Este aspecto subraya la continuidad de la obra de Cristo a través del Espíritu.

Conclusión

El Evangelio de San Juan es una obra profunda y compleja que ha sido objeto de estudio y reflexión a lo largo de los siglos. Su énfasis en la divinidad de Jesús, la importancia de la fe y el amor, y la promesa del Espíritu Santo, lo convierten en un texto fundamental para la teología y la espiritualidad cristianas. Su mensaje sigue resonando en la vida de millones de personas en todo el mundo, ofreciendo esperanza y dirección en la búsqueda de la verdad y la vida eterna.

La Guerra en Sudán

Un conflicto de larga duración

Introducción

Sudán, el país más grande de África hasta la secesión de Sudán del Sur en 2011, ha sido escenario de uno de los conflictos más largos y complejos del continente. La guerra en Sudán ha tenido profundas raíces históricas, políticas, económicas y étnicas, afectando a millones de personas y dejando una huella indeleble en la nación y en la región circundante.

Las causas del conflicto

Divisiones étnicas y religiosas

Sudán ha estado marcado por profundas divisiones étnicas y religiosas. La población del norte es predominantemente árabe y musulmana, mientras que el sur es más diverso, con una mezcla de religiones y etnias africanas. Estas diferencias han sido una fuente constante de tensión y conflicto.

Colonialismo y legado poscolonial

El legado del colonialismo británico también ha jugado un papel crucial en el conflicto. Sudán fue gobernado como dos entidades separadas hasta su independencia en 1956, lo que exacerbó las divisiones entre el norte y el sur del país.

Primer Guerra Civil Sudanesa (1955-1972)

La primera guerra civil sudanesa comenzó poco antes de la independencia del país en 1955 y continuó hasta 1972. El conflicto fue principalmente entre el gobierno central del norte y los rebeldes del sur, que buscaban mayor autonomía. La guerra terminó con el Acuerdo de Adís Abeba en 1972, que otorgó cierta autonomía al sur.

Segunda Guerra Civil Sudanesa (1983-2005)

La paz fue efímera y la segunda guerra civil estalló en 1983. Esta guerra fue aún más devastadora y prolongada que la primera, con estimaciones que sugieren que más de dos millones de personas murieron como resultado del conflicto. La guerra terminó con el Acuerdo de Paz Integral en 2005, que allanó el camino para la independencia de Sudán del Sur en 2011.

Factores económicos

Los recursos naturales, especialmente el petróleo, han jugado un papel importante en el conflicto. Tanto el norte como el sur tienen intereses económicos significativos en las regiones ricas en petróleo, lo que ha complicado aún más las negociaciones y ha sido una fuente de conflicto constante.

Independencia de Sudán del Sur

El 9 de julio de 2011, Sudán del Sur se convirtió en un país independiente tras un referéndum en el que la mayoría de la población votó a favor de la secesión. Sin embargo, la independencia no puso fin a los conflictos en la región. Las disputas fronterizas, las cuestiones de ciudadanía y los desacuerdos sobre la distribución de los ingresos del petróleo han continuado alimentando la tensión entre Sudán y Sudán del Sur.

El conflicto en Darfur

Uno de los capítulos más oscuros del conflicto en Sudán ha sido la crisis en Darfur, una región en el oeste del país. Desde 2003, Darfur ha sido escenario de un conflicto brutal entre las fuerzas del gobierno sudanés y varios grupos rebeldes. Se han documentado numerosas atrocidades, incluidos genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. La crisis en Darfur ha atraído la atención internacional y ha llevado a intervenciones humanitarias y sanciones contra el gobierno sudanés.

La situación actual

A pesar de los acuerdos de paz y los esfuerzos internacionales, Sudán sigue siendo una nación dividida y en conflicto. Las tensiones entre el norte y el sur, así como los conflictos internos en regiones como Darfur, continúan siendo desafíos importantes para la paz y la estabilidad. La situación humanitaria sigue siendo grave, con millones de personas desplazadas y en necesidad de asistencia.

Esfuerzos de paz y el futuro

El camino hacia la paz en Sudán es largo y complicado. Los esfuerzos de mediación internacional, las negociaciones de paz y las reformas internas son esenciales para abordar las causas profundas del conflicto y construir una paz duradera. La comunidad internacional, incluidas organizaciones regionales y globales, debe seguir comprometida en apoyar los esfuerzos de paz en Sudán y proporcionar ayuda humanitaria a las poblaciones afectadas.

Conclusión

La guerra en Sudán es un recordatorio de los desafíos complejos y multifacéticos que enfrentan las naciones en conflicto. La historia de Sudán es una lección sobre la importancia de abordar las divisiones étnicas y religiosas, el legado del colonialismo y los recursos naturales de manera equitativa y justa. Solo a través de un compromiso genuino con la paz y la justicia, Sudán podrá superar su legado de conflicto y construir un futuro más prometedor para sus ciudadanos.


En la frontera del diálogo interreligioso

Nuestros colegios no dejan de ser un reflejo de la sociedad actual. La presencia de alumnado de distintas tradiciones religiosas nos abre cuestiones interesantes sobre cómo trabajar el diálogo interreligioso en nuestras aulas. 

El primer punto es ser conscientes de que definirse como “cristiano” o “musulmán”, por poner unos ejemplos, no implica automáticamente el conocimiento de su fe y la experiencia personal de Dios. No olvidemos que ser cristiano no es una etiqueta más, sino un deseo de configurarse íntegramente como y en Cristo. Un diálogo implica a dos, y debemos considerar al sujeto que tenemos delante para ello. 

Hay algunos aspectos que pueden ayudar: una actitud integral de respeto, no solo por educación, sino desde la convicción de que la diferencia es un valor para todos. El conocimiento de otras religiones nos aporta una comprensión más rica del misterio de Dios desde distintos puntos de vista. No se trata de relativizar cada religión, sino de asumir que hay una verdad superior que no somos capaces de abarcar desde nuestra mirada parcial. 

La convivencia cotidiana en la pluralidad de creencias tiene más valor que un exceso de palabras sobre teología. En un mundo polarizado y confrontado, el valor de la cotidianidad en el aula, del trabajo y de la vida compartida es un testimonio muchas veces infravalorado. Las distintas religiones están llamadas a ser testimonio vivo en la lucha por la paz y la justicia, yendo más allá de cuestiones éticas y morales, viviéndolo como consecuencia lógica de su experiencia espiritual. 

La oración y el silencio, porque por encima de toda diferencia y de toda palabra está el encuentro con Dios. Esto es experiencia humana compartida. Con la buena intención de integrar, podemos caer en la tentación de tomar elementos sueltos de las diferentes religiones. Esto supone el riesgo de vaciarlos de contenido al descontextualizarlos. Esto requiere un discernimiento profundo y mucho conocimiento. 

En último lugar, cabría considerar el aporte de las posturas no creyentes nos hacen reconocer que, a veces, nos faltan las palabras, las imágenes, los gestos y el conocimiento. Estas posturas son también una oportunidad para purificar nuestra fe —y nuestras actividades pastorales— de tantas distracciones. 

En la frontera de los Andes

Algunos dicen que Dios está en todas partes. Otros que está con los más vulnerables y olvidados. Y otros directamente dicen que no está. Porque si estuviese, ¿cómo puede permitir que haya realidades tan duras? 

La vida se asemeja a un juego de mesa. Cada uno nacemos con unas cartas dadas. Esos son nuestros dones, nuestras oportunidades y nuestras comodidades. Es aleatorio, no depende de nosotros, no hemos hecho nada para merecernos o no merecernos esas cartas recibidas. 

Hay personas afortunadas que de primeras ya tienen una escalera real es sus manos, y otras que por mucho que estén cogiendo cartas del montón, no tienen ni una simple pareja de doses. Si nos diesen a elegir, todos querríamos ser del primer grupo ¿verdad? 

Y está bien, no es malo querer cosas buenas para nosotros. Lo malo está en olvidar que hay otras muchas personas en fronteras lejanas que se despiertan cada día con el deseo de poder optar a un futuro mejor, y aun así, día tras día siguen luchando y levantando cartas con la esperanza de que les aparezca el comodín. 

Hace un tiempo tuve la oportunidad de trabajar en Bolivia como misionero en Cochabamba a 3.300 metros altitud. Digamos que la mayoría de la gente que vive allí trabaja muy duro por poder seguir cogiendo cartas del montón. 

Es un lugar sencillo, tranquilo y humilde donde sus habitantes, a pesar de no tener el comodín entre sus manos, saben que no están solos. Dios está con ellos. Viven su fe de manera muy intensa, compartida en comunidad, y basada en el respeto y la ayuda al prójimo. Aquí no nos vale el tópico “son felices con tan poco”. Saben perfectamente que hay gente con mejores oportunidades y que viven en mejores condiciones. Y a pesar de sus limitados recursos, la mayoría son más felices que muchos de nosotros. 

Pero ¿cómo es posible? Porque ellos tienen algo mucho más potente, cercano y transformador: su fe. 

No sé si será por la altura, que algunos dicen que cuanto más alto más cerca estás de Dios, pero yo sí que creo que Dios está en todas partes. Incluso en la frontera de los Andes. 


En las fronteras de la mente humana

No sólo de frontera, sino de misterio y de abismo tiene algo la mente humana. Porque muchos de sus mecanismos, quizás los que nos hacen más humanos (como la conciencia, el pensamiento abstracto, la búsqueda de sentido o la trascendencia), nos siguen siendo en gran parte desconocidos. O porque uno de nuestros mayores miedos es todavía la enfermedad mental (la propia y también la de otros).

Pero hay algo más. La mente es frontera movediza porque nos separa –¡y a al mismo tiempo nos une!– con todo lo que no soy yo mismo. Es frontera entre el mundo (con sus gentes, culturas, personalidades, lugares…) y mi yo (con mis ideas, mis sentimientos, mis luchas, mis deseos…).   Es frontera entre lo que pasa fuera de mí y la imagen que de ello me hago yo por dentro. Es frontera entre los otros y la idea que yo tengo de ellos.

Por eso, en mi mente puedo alejarme de lo distinto marcando la diferencia entre eso que soy yo (o que creo ser) y todo lo demás; ocurre cuando estoy exageradamente seguro de mí mismo. Pero también puedo alejarme de mi yo real, como si deseara que aquello que llevo por dentro no fuera mío; ocurre cuando estoy exageradamente descontento conmigo o me doy miedo a mí mismo. 

Sin embargo, en mi mente también puedo experimentar la comunión con la realidad, que es creada y redimida por Dios. Puedo dejar que mi mente sea permeable a lo ajeno, manteniendo al mismo tiempo aquello que me hace genuino. Porque necesito de lo otro, de los otros y del Otro para pensar mejor, sentir mejor, desear, amar, orar, resistir mejor. Nuestra mente puede ser también lugar de encuentro y comunión entre lo otro y lo mío, entre el mundo y mi yo. 

Catequesis del Papa León XIV: Jesucristo, el Sembrador de Esperanza

En su primera audiencia general, el Papa León XIV expresó su alegría al encontrarse con los fieles, y manifestó su deseo de continuar el ciclo de catequesis jubilares iniciado por el Papa Francisco, centrado en el tema "Jesucristo, nuestra esperanza". En esta ocasión, propuso una reflexión sobre la parábola del sembrador (Mt 13,1-17), a la que consideró una introducción clave para comprender el conjunto de parábolas de Jesús.

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

El Papa León XIV, ha querido dirigirse a todos los presentes en la Plaza de San Pedro, en su catequesis, retomando el tema de “Jesucristo, nuestra esperanza”, que había estado realizando el Papa Francisco. Sobre todo, cuando Francisco inició el tema de las parábolas de Jesús el miércoles 16 de abril.  Esta catequesis inaugural del Papa León XIV no solo da continuidad a la labor catequética de su predecesor, sino que ofrece un mensaje profundamente esperanzador: Dios no se cansa de sembrar su palabra en nuestras vidas, incluso en nuestras fragilidades. La parábola del sembrador se convierte así en una imagen luminosa del amor incondicional de Dios y del llamado a colaborar con su gracia, dejándonos transformar por la semilla del Evangelio.

“Hoy seguiremos meditando sobre las parábolas de Jesús, que nos ayudan a recuperar la esperanza, porque nos muestran cómo obra Dios en la historia. Hoy me gustaría detenerme en una parábola un poco particular, porque es una especie de introducción a todas las parábolas. Me refiero a la del sembrador (cf. Mt 13,1-17). En cierto sentido, en este relato podemos reconocer la forma de comunicarse de Jesús, que tiene mucho que enseñarnos para el anuncio del Evangelio hoy”

El Papa explicó que las parábolas no son simplemente relatos sencillos o ejemplos morales, sino que son narraciones "tomadas de la vida cotidiana con un significado más profundo”. Su finalidad no es solo enseñar, sino provocar interrogantes en el oyente, mover el corazón y la conciencia, “la parábola suscita en nosotros interrogantes, nos invita a no quedarnos en las apariencias”. El término griego “parábola” significa “lanzar hacia adelante”, es decir, lanzar una verdad que interpela directamente al oyente. Por eso, cada parábola, afirmó el Papa, nos desafía a preguntarnos: ¿qué me dice esta historia a mí? ¿Qué lugar ocupo en ella?

La dinámica de la Palabra de Dios

En particular, la parábola del sembrador es reveladora de cómo actúa la Palabra de Dios en la vida humana. En esta imagen, Jesús presenta la Palabra como “una semilla”, que es sembrada abundantemente en todo tipo de terrenos. De hecho, afirmó el Papa, "cada palabra del Evangelio es como una semilla que se arroja al terreno de nuestra vida. Muchas veces Jesús utiliza la imagen de la semilla, con diferentes significados".

“¿Qué es, entonces, este terreno? Es nuestro corazón, pero también es el mundo, la comunidad, la Iglesia. La palabra de Dios, de hecho, fecunda y provoca toda realidad”

León XIV afirmó que la palabra de Jesús fascina y despierta la curiosidad. Entre la gente hay, evidentemente, muchas situaciones diferentes. La palabra de Jesús es para todos, pero actúa en cada uno de manera diferente. Este contexto nos permite comprender mejor el sentido de la parábola. Este sembrador, aparentemente “despreocupado” por la calidad del suelo, representa a Dios mismo, que siembra generosamente su palabra en cada corazón, sin importar cuán preparado esté. Esta actitud desconcierta, ya que contrasta con la lógica humana del cálculo y la eficiencia. Pero en el Reino de Dios, lo que vale es el amor desbordante y la confianza paciente de un Dios que espera a que cada semilla germine a su debido tiempo.

Los terrenos y nuestra disposición interior

"Estamos acostumbrados a calcular las cosas —y a veces es necesario—, ¡pero esto no vale en el amor! La forma en que este sembrador «derrochador» arroja la semilla es una imagen de la forma en que Dios nos ama", señaló el Papa. El Papa señaló que los diferentes tipos de terreno representan las diversas disposiciones del corazón humano: a veces somos como un camino endurecido, otras como un terreno pedregoso, o uno lleno de espinos; pero también hay momentos en los que somos un suelo fértil y disponible.

“A veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores”

Lo importante es que, a pesar de nuestras inconsistencias, Dios no deja de sembrar. Su amor y su Palabra no se rinden ante nuestras dificultades, sino que siguen siendo ofrecidos una y otra vez.

“Es cierto que el destino de la semilla depende también de la forma en que la acoge el terreno y de la situación en que se encuentra, pero ante todo, con esta parábola, Jesús nos dice que Dios arroja la semilla de su palabra sobre todo tipo de terreno, es decir, en cualquier situación en la que nos encontremos: a veces somos más superficiales y distraídos, a veces nos dejamos llevar por el entusiasmo, a veces estamos agobiados por las preocupaciones de la vida, pero también hay momentos en los que estamos disponibles y acogedores”

"Es que Dios confía y espera que tarde o temprano la semilla florezca, remarcó, Él nos ama así: no espera a que seamos el mejor terreno, siempre nos da generosamente su palabra. Quizás precisamente al ver que Él confía en nosotros, nazca en nosotros el deseo de ser un terreno mejor. Esta es la esperanza, fundada sobre la roca de la generosidad y la misericordia de Dios". De este modo, la parábola se convierte en un llamado a la esperanza: si Dios confía en nosotros al sembrar su palabra incluso cuando no somos el terreno ideal, también nosotros podemos confiar en su acción para transformarnos interiormente.

Jesús mismo es la semilla

Jesús mismo es la Palabra sembrada, afirmó. Como semilla, ha de morir para dar fruto. La siembra generosa de Dios se manifiesta plenamente en la cruz, donde Jesús se “desperdicia” por la humanidad, confiando en que su entrega no será en vano.

“Al contar cómo la semilla da fruto, Jesús también está hablando de su vida. Jesús es la Palabra, es la Semilla. Y la semilla, para dar fruto, debe morir. Entonces, esta parábola nos dice que Dios está dispuesto a «desperdiciarse» por nosotros y que Jesús está dispuesto a morir para transformar nuestra vida”

La imagen del sembrador de Van Gogh

Como complemento visual y espiritual, el Papa compartió su meditación sobre el famoso cuadro de Van Gogh, "El sembrador al atardecer". En esta obra, el sembrador está representado bajo el sol, símbolo del esfuerzo, pero también del poder vivificante de Dios, representado en ese sol que domina la escena. Aunque el sembrador aparece en un segundo plano, el sol (Dios) ocupa el centro, recordándonos que es Dios quien da el crecimiento, incluso cuando no lo vemos directamente. Aun cuando no comprendamos del todo cómo actúa, la semilla da fruto.

Un llamado a la apertura y a la confianza

Finalmente, el Papa León XIV invitó a los fieles a examinar en qué situación se encuentran respecto a la Palabra de Dios hoy. Reconoció que muchas veces no somos el terreno ideal, pero animó a no desanimarse, sino a pedir a Dios la gracia de convertirse en un suelo fértil. La esperanza no se basa en nuestras capacidades, sino en la generosidad incondicional y la misericordia constante de Dios, que siembra con paciencia y espera con amor.


Vivir del Espíritu

¿Quién es el Espíritu? Es una pregunta que todos nos hacemos. Muchos creen en su existencia, otros conocen algo de él, pero no va más allá de un conocimiento intelectual. Pero para otros la experiencia del Espíritu les ha cambiado la existencia, su manera de mirar a otros, su propia historia y la historia de los hombres.

La experiencia del Espíritu no la podemos controlar, porque el Espíritu es alguien que nos sorprende. Viene a desmontar nuestra vida, a dar orden a nuestra existencia. Cuando le damos el control todo cambia. Nos anima en el desasosiego y la falta de ánimo. Nos alienta y nos da más valor cuando ponemos nuestra vida en las manos del Señor. Si vamos caminando en Dios, con la oración, él nos impulsa a darnos más. Acrecienta nuestra caridad. Si hemos pecado, pone en nosotros esos sentimientos de para pedir perdón, y arrepentirnos. Con él podemos vivir una existencia nueva, porque nuestra vida ya no va a depender de lo que hagamos o decidamos, sino de él. Para él lo más importante que nos sepamos hijos de Dios. Si te sientes hijo, ya no cabe el temor, ni la angustia, ni la desconfianza, porque con el Espíritu todo lo puedes. Al Espíritu Santo no le interesan tanto tus obras, sino aquello que eres y por lo que te mueves a actuar de un modo determinado. Si vives del Espíritu tendrás en tu vida los frutos del Espíritu que no son hacer obras o actividades, sino que tú existencia sea colmada totalmente por él. Entonces, todo saldrá solo y sin que tengas que poner empeño en ello.

Si vives del Espíritu, vas a tener en ti la vida del Espíritu. Pero, ¿cuáles son las señales que aparecen en tu existencia para darte cuenta que vives de él? El que vive solo poniendo su mirada en él, se siente una persona libre. Ya no es necesario vivir con la mirada puesta en unos o en otros, porque sabes que en todo momento el Espíritu viene en tu ayuda a consolarte para que puedas vivir unida a los demás, a los que el Señor va poniendo en tu camino. También los sentimientos se ordenan para que vivas solo de la vida que él te quiere regalar. En medio de tus heridas y dificultades él te pone las ayudas necesarias para que puedas vivir desde tu identidad de hijo amado de Dios. También toda tu intimidad se ordena, y el Espíritu pone en tu camino a la persona que te puede acoger sin juzgarte. Te regala muchos amigos con los que puedes compartir tu vida y lo cotidiano que en ella va ocurriendo. Ser libre significa que ya no tienes miedo a lo que digan, ya que en todo momento te sientes escuchada por el Señor. Ser libre es poder expresar sin miedos y sin reparos todo aquello que ocurre en tu existencia aunque a veces a otros les cueste. Ser libre es vivir en definitiva como hijo de Dios. En él lo encuentras todo, y tu corazón se siente pleno y amado. Pero todo esto supone un camino y un proceso. Muchas veces no es fácil. Vas creciendo en ello de modo progresivo. Pero según vivas en esta vida como hijo, en el cielo puedes encontrarte con el Padre que siempre ha estado cuidándote y pendiente de ti. Puedes contemplar al Hijo, al que en esta tierra has amado, y ponerte en manos del Espíritu al que siempre le has dado el control de tu existencia.

De la misma manera, vivir del Espíritu te concede otros dones que son fruto de la Pascua, y que el Resucitado te viene a regalar. Puedes encontrar en tu corazón y en tu vida la paz, que te llena de esperanza. La paz que hace poner tu mirada en Dios. La paz no es calma o el sosiego que en otras tendencias podrías encontrar, sino que la paz del Espíritu que en el Señor puedes encontrar implica sentirte amada por él, y en medio de la dificultad dejarle al Señor que actúe porque solo en él encontraras esa paz que no resuelve problemas pero que te ayuda a caminar en medio de ellos. La paz te trae la brisa del Espíritu en la que Dios se hace presente.

Junto con la paz, el Espíritu acrecienta en ti el fruto de la caridad, para que ya no vivas tu existencia desde ti, sino en Dios que es amor y te lleva amar al otro, sin importar de donde venga o lo que haga. Le puedes amar porque esa persona que Dios pone a tu lado, aunque la consideres tu enemigo, es hijo de Dios, y por eso tu hermano al que el Espíritu te llama a entregarte.

También el Espíritu unido a la caridad te regala el fruto de la alegría. Es una alegría desbordante, sin límites, que en ocasiones te hace sentirte emborrachado de él. La alegría no significa no tener dolor o sufrimiento, ya que es propio de la vida. Lo tuvo el Hijo de Dios. Ser alegre implica que toda tu existencia las has puesto en manos de Dios, porque siempre va a tu lado. Puedes vivir alegre porque sabes que Dios siempre te acompaña, siempre está contigo. Nunca se va de tu lado. Ello te hace vivir de la alabanza y en adoración ante un Dios que te creo porque te amaba. Muchas veces nos movemos por el desánimo y la tristeza, pero si tenemos al Dios del júbilo y la fiesta que vive en una alegría completa que siempre nos quiere regalar, ya no cabe el temor, porque con él lo tenemos todo.

Vivir del Espíritu nos ayuda a tener una vida en plenitud de hijos amados del Padre, que el Señor ponen su mirada y su corazón.

AL FINAL, EL TRIUNFO DE DIOS

«No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo»

El libro del Éxodo es el punto culminante de la epopeya de Israel, pero es también una excelente metáfora del transcurrir de nuestras vidas y la historia de la humanidad hacia su destino: “Desde la cómoda esclavitud de las pasiones, a través del desierto de la vida, acompañados por el Espíritu, hasta la casa del Padre”.

El pueblo de Israel se sintió acompañado del espíritu de Dios –el Ángel de Yahvé– hasta que se vio a salvo al otro lado del mar de las Cañas, pero cuando tuvo que enfrentarse a los rigores del desierto y vio pasar el tiempo sin llegar a la tierra prometida, se impacientó, se sintió abandonado y se rebeló contra Dios.

Las primeras comunidades cristianas comenzaron su andadura con el Espíritu a flor de piel, proclamaron el evangelio con fuerza arrolladora, se enfrentaron a enormes dificultades, fueron perseguidos y asesinados, y todo lo soportaron gracias a la fuerza de ese Espíritu que soplaba en ellos como un huracán. Pero pasó el tiempo y muchos empezaron a impacientarse y desesperanzarse. Y fue este ambiente de desesperanza el que movió a Juan a escribir el Apocalipsis para consuelo de aquellos cristianos agobiados por el sufrimiento y sin esperanza en que las cosas pudiesen mejorar. 

Nosotros corremos el mismo riesgo que los Israelitas del desierto y los primeros cristianos. Hemos confiado en el proyecto de Jesús –el sueño de Dios– pero vemos pasar generación tras generación sin que se vislumbre siquiera el fin de las guerras, del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, de la opresión… y nos vemos tentados a preguntarnos: ¿Dónde está la acción del Espíritu que debía empujarnos a trabajar por el Reino con aquella fuerza arrolladora de las primeras comunidades tan fértiles y contagiosas?... ¿Dónde está su fuerza para suplir nuestra debilidad y no desfallecer en nuestra lucha en favor de un mundo humanizado, civilizado, justo, libre y honesto a la que estamos llamados?

Y nos impacientamos, y nos agobiamos porque nos damos cuenta de que con nuestras fuerzas nunca llegaremos; que es una empresa muy superior a nosotros y no terminamos de ver que el espíritu de Dios nos esté acompañando… Y nuestra fe se tambalea y nos sentimos condenados a vivir en un mundo que se rige por sus propias leyes y camina errático hacia ninguna parte…

Y Juan nos echa una mano en el texto de hoy: «No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo»… Tened fe en el triunfo final de Dios; mirad con optimismo el destino de la humanidad; no caigáis en la desesperanza; confiad en que el Espíritu de Dios está con nosotros y que algún día dejaremos de vagar por el desierto y llegaremos también a la Patria…

Porque Dios ha apostado por la humanidad y Dios no puede fallar.

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